Una lectora nos mandaba esta carta a la sección El bloc del cartero de Lorenzo Silva

Es posible que muchos piensen: ¡pues yo! Así que, para centrar el tiro, daré pistas. El primer requisito: tener una hija adolescente que quedó con sus amigos la noche del viernes. Segundo, tener en casa una cubitera metálica como para cinco botellas de vino. Ahora relataré los hechos por los que pueden echarle la bronca a su hija cuando se le pase la resaca. Hacia las 2:30 del sábado, me desperté por el griterío en la calle. En el jardín público cercano a mi casa, una cuadrilla con botellas de alcohol, refrescos y, cómo no, su cubitera. Llamé a la Policía y, aunque vinieron pronto, los jóvenes ya se habían marchado. Los policías recogieron todo lo de tirar, y si se llevaron la cubitera, bien hicieron: estaba abandonada. Al rato volvió el griterío y, hacia las cuatro, desaparecieron. Hubo risas, discusiones, amor en la hierba, una moto y, como restos del naufragio, pajitas, trozos de vasos y alguna botella en el jardín (sugerencia: podrían cogerla de las orejas y llevarla a limpiar la zona). Lo importante es la impotencia al ver que para muchos, parece, el virus no existe. Y está ahí. Y se propaga. Y algunos pasan la COVID-19 sin problema, pero otros quedan con secuelas o ‘entregan la cuchara’ (ya demasiados). Así que, exdueños de la cubitera, y todos los que se vean en esta reflejados, ya saben qué hacer con sus hijos. Valor y al toro. Con su permiso, ahora me voy a echar la siesta, que me la he ganado. Una sanitaria.

Carlota García Tinoco, Huarte (Navarra)

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