Los últimos esclavos de Mauritania
1 Generación tras generación · Cerca del 20 por ciento de los mauritanos son esclavos. La mayoría, haratines, un grupo étnico trasladado hace siglos como mercancía humana hasta Mauritania, Argelia y Marruecos desde regiones subsaharianas. Han servido a familias de árabes-bereberes, la casta dominante, por generaciones. Ser esclavo se hereda, como le pasó a Aichetou, rodeada aquí de sus cinco hijos y dos nietos. Nacida esclava, sus amos se la entregaron a un miembro de la familia. Se casó y tuvo ocho hijos, dos de los cuales le fueron arrebatados. Otro murió quemado por sus amos tras un intento de fuga. Huyó, por fin, en 2010. El Gobierno asegura que no hay esclavos en su territorio.
2 De la servidumbre al basurero · En Mauritania, los activistas son regularmente torturados y detenidos. La Iniciativa por el Resurgimiento del Movimiento Abolicionista (IRA), activa ONG local, cifra el número de esclavos en casi 700.000 en un país de cuatro millones de habitantes. Son personas como Salek, nacido esclavo de una familia árabe-bereber a la que servía su madre. Tras años de abusos e insultos, mientras araba campos y cuidada del ganado, huyó a Nuakchot, la capital mauritana. Allí encontró a su hermano, huido años antes, que trabajaba como recolector de basura. Juntos liberaron a su madre y a su hermana tras la aprobación, en 2007, de la ley que persigue la esclavitud. Once años después, organismos como Amnistía Internacional siguen denunciando esta práctica en el país. Su último y demoledor informe al respecto se publicó hace cuatro meses.
3 El estigma de haber sido esclavo · A los 11 años, Mabrouka -la hija mayor de Aichetou- sufrió esta quemadura cocinando para sus amos. Nunca recibió atención médica adecuada y aún hoy, a sus 20 años, le causa fuertes dolores. Tampoco fue a la escuela. Liberada con 14 años, poco después pudo reunirse con su madre y sus hermanos gracias al trabajo del IRA. En libertad, sin embargo, su vida sigue plagada de penurias. Viven en condiciones miserables, como casi todos los de su casta, en una barriada de la capital, donde Mabrouka se casó a los 16 años y hoy, con 20, es madre de Meriem, de 4 años, y de Khadi, de 2.
4 Aprender lo que es el dinero · Desde que consiguieron su libertad, Fatimatou y su hija Mbarka también viven en una barriada de Nuakchot. «Yo era ‘Fatma la sirvienta’ -cuenta la madre-. Cuidaba el ganado, cocinaba, sacaba agua del pozo… Me arrebataron dos bebés y me obligaron a trabajar recién parida». Ambas fueron liberadas por SOS Slaves, ONG que también ofrece formación a las haratines, en su mayoría desempleadas, pobres y sin educación. Hay talleres incluso donde se les enseña sobre el dinero -qué es, cómo se usa…-, como paso previo a su acceso al mercado laboral. Los haratines ejercen las profesiones más bajas en la escala social.
5 Una última esperanza · Henna huyó de sus amos en 2005 en una fuga que la llevó a una travesía de 75 kilómetros por el Sáhara. En Nuakchot, activistas del IRA la ayudaron a recuperar a sus dos hijos. «En Mauritania es difícil hablar de esclavitud o identificar esclavos o exesclavos -cuenta Seif Kousmate, el marroquí autor de estas fotografías, detenido por realizar este reportaje-. Es un tema tabú». Algo que espera cambiar Biram Ould Abeid, líder del IRA y apodado el Nelson Mandela mauritano, como candidato a las presidenciales de 2019. Encarcelado varias veces, ya quedó segundo en los comicios de 2014, ganados por el actual jefe del Estado con el 81,89 por ciento de los votos.
6 Cicatrices por dentro y por fuera · Nacido esclavo, Moctar sirvió a una familia árabe hasta que, tras varias tentativas, escapó a los 12 años, dejando atrás a su hermano y a su madre, que intentó desalentarlo y llegó a testificar contra él. «De niño, ella me decía todas las noches que debía respetar a nuestros amos -rememora con dolor-. Que pertenecíamos a una casta inferior y que, además, eran unos santos». En su cuerpo -y en su mente- permanecen grabadas las cicatrices de su cautiverio. Ya libre, conoció a un activista y, un año después, fue a la escuela por primera vez. Ahora, con 19, quiere ser abogado para luchar por los derechos de los haratines.