El geólogo norteamericano Joe Kirschvink es conocido por sus atrevidas propuestas sobre el origen de la Tierra, lo que no le resta respeto entre sus colegas. Ahora plantea que quizá la vida no surgió en la profundidad de nuestros océanos, sino en los de Marte y viajó desde allí… Es la «inseminación espacial». Por Johann Grolle / Fotos: Cordon y Getty

Kirschvink, que ya ha cumplido los 63, es un prestigioso geólogo norteamericano del Instituto de Tecnología de California en Pasadena (Caltech), que se sirve de las imágenes para explicar el mundo. Con ayuda de unos magnetómetros extremadamente sensibles, analiza diminutos cristales de óxido de hierro. Los encuentra en sedimentos con miles de millones de años y en las rocas marcianas, pero también en las bacterias, en el abdomen de las abejas y en la cabeza de las palomas. Lo mejor es que estos pequeños cristales siempre le susurran historias increíbles sobre tiempos remotos.

De hecho, Kirschvink es un maestro en el arte de forjar atrevidas teorías. Una de ellas la ha presentado, junto con su colega Peter Ward, en el libro Una nueva historia de la vida; cómo las catástrofes marcaron el curso de la evolución. El origen de las sorprendentes teorías de este científico suele arrancar con una idea descabellada, a las que él se refiere como «una de mis ideas locas». A continuación, viene una segunda fase en la que acumula pruebas hasta obtener una historia coherente, y de golpe la idea deja de parecer tan loca y se gana el crédito de sus compañeros.

Es lo que pasó, por ejemplo, con su teoría de «la Tierra bola de nieve», la más famosa de sus hipótesis. Esta teoría, ya sólidamente respaldada, habla de un tiempo muy anterior a la aparición de los primeros animales. Según él, en aquella época, el planeta Tierra, junto con todos los microbios que pululaban en ella, estuvo a punto de morir de frío.

La idea clave se le ocurrió hace más de 25 años. Unos depósitos glaciares procedentes de Australia y con una edad de 630 millones de años despertaron su curiosidad.

Fragmentos de Marte arrancados por un asteroide fueron atraídos por la gravedad de la Tierra. Las esporas de vida pudieron viajar en ellos

El análisis de Kirschvink dejó pocas dudas: las rocas se habían formado en latitudes ecuatoriales. Y el hecho de que los glaciares se hubiesen extendido hasta el Ecuador solo podía significar una cosa: el planeta entero llegó a estar cubierto de hielo, una gigantesca bola de nieve, tal y como Kirschvink describió aquella Tierra prehistórica.

Tardó poco en encontrar un mecanismo por el cual la Tierra podría haberse librado de esa muerte por congelación. Los gases de efecto invernadero expulsados por los volcanes se habían ido acumulando durante millones de años en la atmósfera. En un momento dado hicieron que el planeta se recalentara hasta el punto de conseguir que el hielo retrocediera, con lo que la Tierra pasó súbitamente de un extremo al otro: del infierno del hielo al infierno del efecto invernadero.

Un nuevo escenario para la creación

El nuevo libro de Kirschvink comienza con el origen mismo de la vida. En estos últimos tiempos, las fuentes de calor situadas en los fondos oceánicos se han considerado como los lugares más plausibles para el nacimiento de las primeras formas de vida. Kirschvink no le concede demasiado crédito a eso. Dice que es un hecho conocido que el agua no es un medio en el que las moléculas orgánicas se puedan encadenar especialmente bien. «Además, esas fuentes de calor son demasiado calientes…». Los sensibles procesos necesarios para la formación de la vida difícilmente habrían podido tener lugar allí.

Kirschvink propone un escenario distinto. Conoce un lugar mucho más adecuado como potencial escenario para la creación. En aquella época tan lejana, cuenta, Marte habría sido un lugar mucho más acogedor que la Tierra para la vida bacteriana. Había agua disponible en grandes cantidades, aunque no cubría todo el planeta. En muchos lugares, el paisaje se asemejaba al de los desiertos terráqueos. Por eso cree Kirschvink que fue allí donde se formaron las primeras estructuras con vida… y que luego se propagaron a la Tierra. El hecho de que una formación rocosa de unos mil millones de toneladas de peso encontrara la forma de viajar del planeta rojo al planeta azul resulta cuando menos controvertido. Pero Kirschvink lo explica así. «Primero, los fragmentos arrancados a Marte por el impacto de asteroides fueron arrojados al espacio y, posteriormente, atraídos por la gravedad de la Tierra».

El pasillo que conduce a su despacho está abarrotado de muestras microscópicas de mensajeros minerales llegados desde Marte. A partir de los cristales de magnetita atrapados en ellos puede asegurar, por ejemplo, que Marte tuvo en su día un campo magnético.

La evidencia de que la magnetización se mantuvo en el interior de los meteoritos marcianos permite llegar a otra conclusión más: durante su entrada en la atmósfera terrestre, la roca no debió de calentarse tanto como para que perecieran las posibles esporas de vida que viajaban en ella. «Por lo tanto, no hay nada que se oponga a una inseminación procedente del espacio», dice Kirschvink.
Con el paso del tiempo, Marte se secó completamente, mientras que los organismos vivos echaban raíces permanentes en nuestro planeta.

El oxígeno que casi ahoga la vida

Lo que es seguro es que hace unos 2500 millones de años se produjo un cambio radical. por primera vez, el oxígeno empezó a acumularse en la atmósfera, un indicio claro de que las bacterias fotosintéticas habían encontrado una forma de sacarle partido a la luz del sol.

En su Nueva historia de la vida, Kirschvink apunta que poco después los glaciares empezaron a extenderse desde los polos. El hielo cubrió el planeta durante unos 100 millones de años, hasta que el efecto invernadero de los gases volcánicos acabó haciendo que se derritiera. Solo sobrevivieron unos pocos de los recién surgidos microbios fotosintéticos, aunque se multiplicaron de forma explosiva en unos océanos cada vez más libres de hielo. Y mayores cantidades de oxígeno fueron llegando a la atmósfera. La consecuencia de este aumento habría sido una intoxicación a nivel planetario, ya que en su forma pura el oxígeno es un gas extremadamente agresivo, ante el que la mayoría de las bacterias se encontraban inermes. Resultado: muchas formas de vida fueron destruidas.

El oxígeno fue determinante. Por su agresividad. Las bacterias tardaron 200 millones de años en saber cómo usarlo

Según Kirschvink, tuvieron que pasar 200 millones de años antes de que las bacterias encontraran una forma de utilizar ese gas venenoso. la evolución inventó la respiración celular.

El destino de la vida está especialmente vinculado al oxígeno, asegura Kirschvink. Por eso es importante que un geólogo de la Universidad de Yale, Robert Berner, haya conseguido deducir la evolución de los valores de oxígeno a lo largo de los últimos 550 millones de años. Kirschvink lo define como «uno de los mayores logros de nuestra disciplina».

La curva de Berner muestra cómo la concentración de oxígeno ha ido oscilando a lo largo de millones de años. Por ejemplo, los valores alcanzaron unos niveles especialmente altos hace 300 millones de años. Fue entonces cuando las plantas empezaron a generar madera. Los árboles se lanzaron a una carrera por la luz. Los hongos y bacterias todavía eran incapaces de descomponer ese nuevo material.

La consecuencia: los troncos sin descomponer se hundían en los pantanos, allí donde más tarde se formarían los mayores depósitos de carbón del llamado ‘periodo Carbonífero’. Pero, dado que los cada vez más extensos bosques liberaban enormes cantidades de oxígeno, la concentración de este gas en la atmósfera ascendió hasta superar el 30 por ciento. Este hecho desencadenó un crecimiento sin precedentes de algunos seres vivos, sobre todo de los insectos.

El ingenuo evolutivo

Por otro lado, la curva de Berner muestra también épocas de descenso drástico del oxígeno. El Reino Animal tuvo que hacer frente a desafíos extremos durante el periodo Triásico. No solo el nivel de oxígeno en el aire cayó por debajo del 15 por ciento, sino que a esto se unió un calor letal.

La supervivencia se hizo muy difícil. La necesidad agudizó el ingenio evolutivo. en ninguna otra fase de la historia de la Tierra, la vida se había mostrado tan innovadora. Los dinosaurios fueron solo las novedades más espectaculares de esa revolución.

Solo una vez la naturaleza fue más creativa que en el Triásico: en el Cámbrico, hace unos 525 millones de años. En aquella lejana época tuvo lugar lo que algunos biólogos siguen considerando el mayor enigma de la evolución: la biodiversidad se disparó de forma exponencial. El investigador californiano cree saber qué fue lo que impulsó aquella superevolución: la aparición de nuevos materiales. Los seres vivos encontraron una manera de desarrollar minerales calcáreos, con los que podían generar corazas y púas, pinzas y cizallas. La consecuencia fue una carrera armamentística tan violenta como creativa.


CÓMO AFECTÓ A LA EVOLUCIÓN LA CONCENTRACIÓN DE OXÍGENO EN LA ATMÓSFERA, según Robert Berner

Explosión cámbrica

Anomalocaris is the largest known predator of Cambrian seas and hunted smaller arthropods of that time.
Hace unos 525 millones de años. la variedad de formas de vida aumenta rápidamente.

De repente aparecen depredadores dotados de pinzas y el famoso trilobites, con su particular cuerpo segmentado.
Nivel máximo de oxígeno

Side view of dragon fly insect isolated in white background

 

Hace unos 300 millones de años proliferan las plantas, se forman grandes depósitos de carbón; los insectos y otros artrópodos crecen hasta alcanzar tamaños sorprendentes.

 

 

Nivel mínimo de oxígeno

Tyrannosaurus Rex dinosaur commonly abbreviated to T.rex.

Hace unos 230 millones de años. tras la extinción masiva de especies al final del Pérmico, disminuye el nivel de oxígeno en la atmósfera, a lo que se suma un calor extremo.

La necesidad lleva a la evolución a desarrollar numerosas novedades. Surgen los dinosaurios.

 


PARA SABER MÁS

A new history of life. De Peter Ward y Joe Kirschvink. Editorial Bloomsbury Press.

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