Madres deportadas, la lucha para volver con sus hijos

1 Lorena Espinosa, 47 años / Veracruz · «Quiero la visa para ir a ver a mis hijos, para saber que están bien y no se meten en problemas. Ya me he perdido muchos años de su vida«», confiesa Lorena antes de romper a llorar. Ella vivía en San Diego. Allí vivió con un mexicano con el que tuvo dos hijos, pero que abusaba de ella. Tras su primer parto sufrió un brote psicótico, le diagnosticaron esquizofrenia y la ingresaron unos meses. Tres años después nació su segundo hijo y dejó a su marido, pero continuaron los brotes y le quitaron la custodia. Pasó meses vagando por la calle y bebiendo. En uno de aquellos episodios agredió a un policía. Un año de condena después se convenció de que no sería capaz de cuidar de los niños y regresó a México. Desde hace 4 años, medicada y segura de que se equivocó y de que nadie la ayudó con su enfermedad, trata de regresar con ellos, pero su expareja apenas se los pone siquiera al teléfono.
2 Esther Morales, 58 años / Oaxaca · Esther Morales posee un récord que parece casi mentira. O una broma. Desde que cruzó por primera vez a Estados Unidos, en el año 1989, suma ya nueve deportaciones. Siempre entró de la misma forma. Por el cerro, como llaman al paso ilegal tan transitado durante años, hoy poco frecuentado, a orillas del río Tecate, en Baja California. Siempre lo hizo pagando a un coyote, uno de esos hombres que conducen a los migrantes por las zonas desérticas que unen ambos países. La primera vez le costó 300 dólares de hace casi 30 años. La última, en 2010, el precio ascendía a los 3000 (2560 euros). Deportada a Tijuana tras ser capturada, desde entonces no lo ha vuelto a intentar. «Si me cogen una vez más, me enfrentaría a una pena de 5 años de cárcel». En Estados Unidos tiene una hija de 23 años nacida en el país y que reside en Los Ángeles, donde vivieron juntas un tiempo. Ahora, al menos, por ser estadounidense de nacimiento, ella puede atravesar la frontera legalmente para ver a su madre.
3 Yolanda Varona, 50 años / Guerrero · Yolanda Varona cruzó a Estados Unidos en 1994 con un visado y dos hijos pequeños. Allí, en San Diego, vivió 18 años, hasta que hace 8 la deportaron a Tijuana. En 2014 formó un grupo de apoyo junto con otras mujeres deportadas. Dice que quería estar con otras personas que estuvieran pasando lo mismo, «porque solo ellas saben realmente lo que yo siento, que mis emociones se murieron, que no me importa nada, que pocas cosas me motivan ya». Desde hace 3 años intenta conseguir un visado para regresar al país y estar con sus hijos. Desde allí, su hija Paulina, de 23 años, todavía en situación irregular pese a haber nacido en el país, le cuenta a su madre que ella no quiere «vivir con miedo ni se va a esconder. Y que si la echan pues ya está, pero que no les permite tener ese poder sobre ella».
4 Montserrat Galván, 35 años / Guanajuato · Hay días muy difíciles, como el Día de la Madre o Navidad, que me los paso encerrada en el cuarto llorando. Todo el tiempo están en mi pensamiento». Montserrat Galván fue deportada desde Carolina del Norte, donde vivía, en 2013. No ve a sus hijos desde entonces y las últimas noticias que tuvo de ellos se remontan a primavera del año pasado. Casada con un mexicano que le pegaba, los malos tratos continuaron al llegar la pareja a Estados Unidos. Allí denunció a su marido, pese a estar ilegal. «Como venganza -cuenta- me puso una pistola en la cabeza y me amenazó con que si no abandonaba el país me mataría». Lo hizo en 2011, con sus dos hijos, nacidos en Estados Unidos. Pero como en su Guanajato natal no se adaptaban y no tendrían futuro, dice, decidió volver. Ellos, legalmente, por la frontera. Ella, ilegalmente. Fue detenida y deportada. Desde hace 5 años lucha contra la burocracia por un permiso de residencia para recuperar a sus hijos, que viven hoy con la segunda esposa de su exmarido, que también fue deportado. La última vez que habló con la madrastra, esta le dijo que esos niños «ya no eran nunca más sus hijos».
5 Patricia Lleiva, 52 años / Jalisco · Patricia está a punto de ser abuela por segunda vez, pero hace 2 años que no ve a sus dos hijas y a su hijo. Fue deportada en 2011, tras un largo calvario, cuando había pedido la residencia legal por violencia doméstica. Se hartó de que su pareja le pegara y la amenazase con matarla. Se la denegaron y, aunque tenía permiso de trabajo en vigor y estaba contratada en una compañía aeroespacial, las autoridades resolvieron que debía ser deportada. Decidió entonces pedir asilo político y cuenta que se pasó un año y medio encerrada en un centro de detención. «Allí me trataron como a una criminal sin que yo hubiera hecho nada. Usaba uniforme de camisa y pantalón verde y la ropa interior y los zapatos que me daban, y no nos dejaban llevar cordones para que no nos ahorcásemos. Además, tuve que compartir celda con una mujer violenta condenada por tráfico de drogas», revela. Cuando le denegaron también el asilo, la deportaron a Nogales, estado de Sonora. Ahora vive con uno de sus hermanos en Tijuana donde trata de conseguir un visado tipo ‘U’, por haber sido víctima de violencia en Estados Unidos, para poder volver con su familia y ver a sus nietos.

Deportadas a su país desde los Estados Unidos, las madres mexicanas separadas de sus hijos luchan organizadas desde Tijuana por regresar a su lado. Por David López Canales / Fotos: Nuria López Torres

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